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El próximo domingo se celebra la segunda vuelta de las elecciones en Brasil y, todas las encuestas, dan como ganador al líder de extrema derecha Bolsonaro.

 

Estos días he visto en las redes sociales este texto y lo hago mío, no solo por Brasil, sino por lo que pasa en otros tantos países.

 

#NoEnMiNombre

 

¿Llegarán al poder los más violentos usando al pueblo de Dios?

Podrán lograr millones de votos, apelando al peor instinto, a la maldad, al egoísmo y la codicia, a la ciega desesperación de un pueblo.

Podrán movilizar sus fuerzas de seguridad, su inteligencia.

Podrán disponer de fabulosos presupuestos.

Volver sus armas contra sus hermanos.

Humillar a los humildes.

Burlarse de los huérfanos, las viudas y extranjeros.

Podrán perseguir a los que piensen diferente, o tengan otro color de piel, algún bello color creado por Dios, pero distinto al de ellos.

Seguirán haciendo doctrina del desprecio a las mujeres.

Cultivaran el miedo.

Y podrán decir también que todo lo hacen en el nombre del Señor.

Exhibirán sus credenciales de bautismo, sus “carnets” de membresía.

Cantarán nuestros himnos.

Dirán que lo hacen en el nombre de la fe.

Pero no será en nuestro nombre.

 Y no en el nombre de los cientos y los miles que, en los últimos siglos, entregaron sus días, sus lagrimas y aliento, para anunciar un Jesús de paz en América Latina.

No serán jamás lo herederos de aquellos misioneros abnegados y de tantos héroes que afrontaron el peligro de ser minoría religiosa en tierra hostil.

No son dignos de los sacerdotes y catequistas, de los sencillos siervos ignorados que el Señor no olvida.

No han conocido el Reino de Dios.

No saben nada de él.

No han nacido de nuevo.

Matarían a Jesús por raro, por no tener trabajo estable, por la barba, por judío, por no ajustarse a sus patrones.

Dirán actuar en nombre del pueblo de Dios.

Pero no será en el nombre del Jesús del Evangelio. Ni en el nuestro.

No en el nombre de los perdedores, los no representados, los inexplicables, los que están dispuestos a convertirse y empezar de nuevo.

No en el nombre de los pobres de Jesús, ni en el de los leprosos, ni en el de las mujeres maltratadas y luego señaladas con el dedo.

No en el nombre de los que tenemos hambre y sed de justicia.

Que aquí quedamos, desorientados, a la orilla de la noche, apenas haciendo pie en la playa, después de no haber pescado nada.

Mirando a este Jesús que sigue a nuestro lado y no se entiende.

Que ha sido rechazado, pero vuelve.

Que no se rinde con eso de su Reino…

…Y que esta ausente en la fiesta de los prepotentes, porque ha elegido la amistad de los pequeños.

Paz y bien.

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