
Las cartas de Clara de Asís a Inés de Praga (cuatro cartas), expresan el camino de espiritualidad y teología de Clara, y al mismo tiempo, es un gesto de unidad entre mujeres que están en el seguimiento de Jesús de manera original, no según los modelos eclesiales de la época, sino escuchando el sentir profundo que surge en la contemplación hacia el “amado Jesús”, en “esponsales” libres, sin que ningún hombre o sistema patriarcal lo determine.
Para Clara, el escribir las cartas le permitió verse así misma en su pensar, sentir y creer, en el proceso de consolidar su vida como “hermanas menores” o “hermanas pobres” orantes que viven en San Damián.
La cuarta carta que envía, se ubica en 1253, un poco antes de su muerte ese mismo año. Este escrito, expresa la madurez espiritual alcanzada en su camino, que la lleva a poner la mirada en el “espejo” que es Jesús (figura que se usaba en la época). Lo característico de Clara, es que del “espejo” resalta la pobreza, humildad y caridad que surgen del mismo seguir las huellas de Jesús, desde la Encarnación (Nazaret) hasta la Cruz (calvario). La contemplación en Clara, tiene como contenido de fe, la vida misma de Jesús, el que presentan los evangelios como el Hijo amado del Padre, el que considera bienaventurados los pobres y humildes, el que liberó a los oprimidos, sanó enfermos y devolvió la dignidad a los marginados-pecadores. El Jesús que por ser pobre, podía actuar amando a los últimos y abrir los brazos en la Cruz liberadora.
Clara experimenta la contemplación, como encuentro consigo misma, y con el amor de Jesús; en la contemplación están presente todos los deseos y quereres que le desbordan como mujer creyente y amante en el seguimiento del Señor.
Leemos en un párrafo de esta cuarta carta:
“…Él es el esplendor de la eterna gloria (cf. Heb 1,3), el reflejo de la luz eterna y el espejo sin mancha (cf. Sab 7,26). Mira atentamente a diario este espejo, oh reina, esposa de Jesucristo, y observa sin cesar en él tu rostro, para que así te adornes toda entera, interior y exteriormente, vestida y envuelta de cosas variadas (cf. Sal 44,10), adornada igualmente con las flores y vestidos de todas las virtudes, como conviene, oh hija y esposa carísima del supremo Rey. Ahora bien, en este espejo resplandece la bienaventurada pobreza, la santa humildad y la inefable caridad, como, con la gracia de Dios, podrás contemplar en todo el espejo…Considera, digo, el principio de este espejo, la pobreza de Aquel que es puesto en un pesebre y envuelto en pañales (cf. Lc 2,12). ¡Oh admirable humildad, oh asombrosa pobreza! El Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra es acostado en un pesebre. Y en medio del espejo, considera la humildad, al menos la bienaventurada pobreza, los innumerables trabajos y penalidades que soportó por la redención del género humano. Y al final del mismo espejo, contempla la inefable caridad, por la que quiso padecer en el árbol de la cruz y morir en el mismo del género de muerte más ignominioso de todos” (IV carta de Clara a Inés de Praga)
A Clara de Asís, hay que comprenderla desde su camino original como mujer creyente, apasionada en vivir la pobreza evangélica y en solidaridad con los pobres con quienes comparten en la periferia de Asís. Clara es creyente de la fraternidad y sororidad con minoridad; también, haciendo de san Damián una casa abierta con los necesitados que acudían donde ellas; otra característica central, es una hermandad orante y contemplativa del misterio de Jesús pobre y crucificado.
Clara, mujer libre y creyente, mujer audaz y menor, abraza el misterio de la vida, en sus propias enfermedades que la postraron hasta su muerte en 1253.
René Arturo Flores, OFM
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