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Con motivo del 700 aniversario de la aprobación de la Regla de la Orden Franciscana Seglar (18 agosto 1289), el papa Juan Pablo II se dirigió a los seglares franciscanos de Italia. Con fecha 11 noviembre 1989, les dijo que «la Orden Franciscana Seglar es la forma más antigua de organización de laicos bajo la guía de la Iglesia»[1].

 

Pues bien, desde ese siglo XIII hasta comienzos del año 2000 en el que estamos, el asociacionismo laical ha evolucionado y resurgido con fuerza tras el Concilio Vaticano II. Muchas congregaciones religiosas han potenciado el movimiento laical propio, para vivir el carisma común; otras han ido añadiendo a su estilo de vida, a los seglares, hombres y mujeres, que querían y quieren vivir el mismo carisma[2].

 

Pero quizás el gran empuje del Concilio Vaticano II fue el resurgir de movimientos laicales con identidad propia, sin dependencias de institutos o congregacio­nes religiosas. Ya el Decreto Apostolicam actuositatem del Vaticano II habla de la necesidad de asociarse el mundo seglar[3]. El Decreto indica como modelo de apostolado la Acción Católica, e invita a sacerdotes y a seglares a trabajar en ella.

Criterios de eclesialidad

Cuando se mencionan los diversos grupos o asociaciones laicales, se habla de criterios de eclesialidad o de referencia, o de puntos imprescindibles a tener en cuenta para la identidad eclesial del laico. La misma Exhortación Christifideles Laici de Juan Pablo II indica diversos criterios[4].

 

Otros autores van mostrando los criterios que les parecen importantes en la eclesialidad laical; cada uno marca su talante, y no siempre coinciden. Así, Antonio Mª Calero[5], indica cinco elementos que son síntesis de otros; ante todo, una eclesiología de comunión, donde la comunidad es ministerial, profética, carismática y apostólica; que la identidad del laico se establece en relación a la vocación ministerial y la vocación religiosa; el bautismo como base sacramental para definir al laico y dar identidad cristiana; la participación en la misión de la Iglesia, que es construir el Reino desde la vida; valorar la condición secular del laico, aunque no es monopolio suyo.

 

Otro autor, Dionisio Borobio[6], prefiere hablar de pedagogía de la fe en los movimientos; él indica siete elementos que se dan en los grupos vistos por él: procesualidad o historicidad; valoración de la Palabra o Biblia para la evangelización, la catequesis y la formación; orientación antropológica del proceso; el cristocentrismo, más centrado en la humanidad que en la divinidad de Jesús; la renovación bautismal; la experiencia comunitaria, más hacia adentro que hacia el exterior; el compromiso en la Iglesia y en el mundo.

 

Como va apareciendo, los criterios de referencia o eclesialidad de los movimien­tos van coincidiendo en las claves: el bautismo como referencia del seguidor de Jesús, la experiencia comunitaria, la corresponsabilidad en la misión eclesial, el compromiso social. Muchos de los movimientos que hoy conocemos y nos resultan más o menos familiares en nombre o contenidos, proceden del inmediato postconcilio o bien han sufrido una actualización desde las directrices conciliares.

 

Agostino Favales, en su valoracion de los movimientos eclesiales contemporáneos [7], indica unas características comunes a ellos; en primer lugar, que son movimientos laicales, y crecen principalmente entre los laicos; tienen dimensión comunitaria; expresan una experiencia de fe propia e indican un itinerario espiritual a recorrer; actúan en favor de la renovación personal del compromiso cristiano en el mundo; son movimientos de ámbito universal; fomentan el diálogo ecuménico; ejercen una cierta fascinación en el mundo juvenil; la figura de María suele ser importante en estos grupos.

 

Ciertamente son muchos los grupos seglares que han proliferado, de diversa índole y naturaleza[8]; y se proponen dar vida a la Iglesia aportando elementos nuevos para responder de manera actualizada a las situaciones de la sociedad. Estos movimien­tos surgen, según Mardones[9], frente a «un clima cultural de pluralismo de visiones del mundo y de la realidad, de la idea de la persona y de su realización»; frente a «una situación social en la que han surgido dos grandes instituciones: la de la burocracia del Estado moderno y la de la economía impulsada por la tecno-ciencia»; y frente a «un clima personal de individualismo».

 

En este clima, surgen con naturalidad las ofertas de seguridades, claridades y certezas religiosas que pueden ofrecer determinados grupos. Las tradiciones religiosas caen frente a lo pragmático y eficaz y la identidad se va diluyendo; y en el clima de individua­lismo, también en lo religioso, se busca que cada uno deje su huella, su marca, aunque puede ser a través de un uniformismo religioso, sin un discernimiento personal.

 

Los movimientos laicales también suscitan recelos dentro de la Iglesia, no sólo parabienes; hay interrogantes para la misma Iglesia y para los propios grupos. El secretario del Pontificio Consejo para los laicos, Stanislaw Rylko, señalaba algunas deficiencias de los movimientos[10], tales como la «absolutización del movimiento de pertenencia y sentido de superioridad respecto a otras realidades asociativas»; «entusiasmo de los neófitos, que a veces genera exuberancia y exageraciones unilaterales, tanto en praxis como en doctrina»; «el encerramiento en el ámbito del propio grupo, que puede llevar a extrañarse del contexto de la vida parroquial y diocesana»; «riesgo de considerar la comunidad como una especie de refugio donde anidar para eludir problemas de la vida familiar y social».

 

Todos los cristianos, y por ello los movimientos de los que forman parte, tienen una presencia pública en la Iglesia y en la sociedad; pero, ¿qué tipo de presencia?. El profesor González-Carvajal indica dos modelos: cristianos de la presencia y cristianos de la mediación. Los primeros serían los que «pretenden ser una fuerza de choque o un bloque compacto frente a un mundo en crisis. Propugnan una presencia militante de los valores cristianos en oposición a las corrientes de pensamiento y a los movimientos políticos de matriz no cristiana». Los cristianos de la mediación son aquéllos que prefieren vivir en la frontera, contribuyendo con su testimonio y talante comprometido a que los valores del Reino penetren en la sociedad y a que la sensibilidad y aspiraciones de la sociedad penetren en la Iglesia. Pretenden ser mediadores entre los valores cristianos y la cultura actual»[11].

 

La mayoría de los movimientos más conocidos tienen un carácter universal en sus dinamismos, programas, proyectos, propuestas y espiritualidad. Esto que es una riqueza, puede llevar en sí mismo la dificultad y el choque por ejemplo, con las entidades locales, con las iglesias particulares; se les achaca falta de integración, la no inculturación en programas diocesanos y ciertos exclusivismos de atención.

A lo anterior, que es cierto en muchos grupos, hay que unir las posturas teológicas y con ello, las formas de entender las relaciones persona-Dios-mundo. Esto provoca que algunos movimientos sean tachados de espiritualistas o neo-místicos. Quizás hoy nos encontra­mos en la Iglesia con una «opción preferencial por los movimientos espirituales, fieles a la jerarquía, plenamente religiosos y transcendentes, sin mesianismos temporalis­tas ni pretensiones liberadoras sociales (Opus Dei, Comunión y Liberación, Foccolari, Comunidades Neocatecumenales)»[12].

 

Continuando con la idea anterior, y entrando en una posible definición, estaríamos hablando de aquéllos «que se preocupan primariamente por la salvación personal, el cambio de corazón y la relación directa con Dios»[13]. En contraposición, nos encontramos con otros grupos, los neomilitantes, que se preocuparían primariamente por el compromiso y los cambios sociales y estructurales en la Iglesia y en el mundo.

 

Por los tanto, nos encontramos con una amplia variedad de movimientos que han surgido en una determinada sociedad, en la que se integran, buscando y plasmando unos valores concretos: «búsqueda de la seguridad, la certeza, la claridad, la integración, el orden… más que por la libertad, el diálogo, la crítica racional, la apertura a la cultura ilustrada, etc»[14].

 

Cuando hablamos de movimientos eclesiales y en general de cualquier movimiento dentro de la Iglesia, hay que poner al Espíritu como garante y generador del mismo, de tal manera que tenga autenticidad dicho grupo. Si el Espíritu está con un determinado grupo o movimiento, éste descubrirá también la «belleza y los dones de otros en la Iglesia local», para trabajar juntos, para estar en comunión e insertarse. Así mismo, bajo la acción del Espíritu Santo, el grupo «toma conciencia de sus propios límites y debilidades», se cuestiona, se evalúa. El grupo «crece en apertura», no quedándose sólo en profundizar su identidad y carisma: va evolucionando. La «colaboración dentro del grupo entre hombres y mujeres» es signo de madurez en el movimiento, así como la «forma de ejercer la autoridad», con diálogo, discernimiento, participación. También, la atención dada hacia «los más débiles del grupo, hacia los que pasan dificultad», estando cerca. Y por último, la apertura hacia otros grupos, personas, que pueden ser referente; y no estar continuamente a la defensiva[15]

 

A la pregunta de ¿qué asociacionismo laical es necesario?, Carlos García de Andoin responde con cuatro características, que recogen elementos claves de los grupos de cara a una realidad eclesial de compromiso con la persona y la sociedad, y de vivencia de una fe integral y unificadora de vida. Para ello sería conveniente promocio­nar un asociacionismo:

 

  • que acentuara la formación integral de sus miembros, desde una espiritualidad y mística laical, que ayudara a unificar la vida y la fe.
  • que estimulara el compromiso social de los cristianos, desde la solidaridad activa con los pobres y la centralidad de la persona, para transformar la sociedad desde plataformas cristianas, con el fin de extender el Reino de Dios.
  • que potenciara una presencia pública cristianamente identificada e identificable, para incidir, por un lado, en el debate y la formación de la conciencia del conjunto social; y por otro lado, para anunciar a Cristo e iniciar a la fe desde la misma sociedad.
  • que educara en una identidad comunitaria y eclesial adulta y que llevara a un compromiso «celebrativo, moral y apostólico» con la Iglesia[16].

Dentro de la gran gama de movimientos que existen en la Iglesia, habría que apostar por aquéllos que potenciaran estas características en sus dinamismos, porque así lo marcan las líneas claves del Vaticano II cuando hablan de la Iglesia como Pueblo de dios, de la santidad de todos los miembros de la Iglesia, del bautismo como condición fundamental del cristiano, de la corresponsabilidad en la misión eclesial de todo bautizado, de la implicación de todo bautizado en las tareas sociales como dinamismo propio que brota de la vivencia de la fe.

 

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     [1] «La Orden Franciscana Seglar, como es bien sabido, representa la forma más antigua de organización de laicos que, bajo la guía de la Iglesia, fraternalmente unidos, e inspirándose en el carisma de san Francisco, se esfuerzan por dar testimonio del Evangelio con su propia vida, dedicándose al apostolado según las formas requeridas por las condiciones propias del estado laical», en L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, del 3-XII-89, p.20 (792).

     [2] Por ejemplo, la orden seglar dominicana; la orden seglar de los carmelitas descalzos; las comunidades de vida cristiana y voluntariados jesuíticos; los asociados de san Viator; la familia paulina; la familia salesiana; los laicos de san Juan de Dios; las fraternidades del movimiento Champagnat, y otras que viven la relación con los laicos de manera positiva y constructiva, realizando juntos el único carisma del fundador o fundadora.

     [3] «En las circunstancias actuales es de todo punto necesario que en la esfera de la acción seglar se robustezca la forma asociada y organizada del apostolado, puesto que la estrecha unión de las fuerzas es la única que vale para lograr plenamente todos los fines del apostolado moderno y proteger eficazmente sus bienes»  (A.A. 18).

     [4] Se resumen en cinco: primado a la vocación de cada cristiano a la santidad; confesar la fe católica en obediencia al Magisterio de la Iglesia; comunión firme y convencida con el Papa y los obispos; participar en el fin apostólico de la Iglesia, que es la evangelización y santificación de los hombres; presencia en la sociedad. (ChL 30).

     [5] Cf., A.Mª. CALERO, El laico en la Iglesia. Vocación y misión, Madrid 1997, 76-77.

     [6] Cf., D. BOROBIO, Pedagogía de la fe e iniciación cristiana en los diversos movimientos, en «Misión Abierta» 3 (1990) 59-60.

     [7] Cf., A. FAVALE,  Movimientos eclesiales, en DE FIORES, S.- MEO, S. (dir.), Nuevo diccionario de Mariología, Madrid 1988, 1387.

     [8] Hay movimientos o asociaciones proyectadas a la evangelización; asociaciones promovidas por congregaciones religiosas o institutos seculares; movimientos familiares; comunidades de base; hay movimientos juveniles, de adultos, de niños, de carácter vocacional.

Quizás los más conocidos por su implantación eclesial y social sean: Cursillos de cristiandad; Camino Neocatecumenal; Opus Dei; Comunión y Liberación; Renovación Carismática; Movimiento Scout de B. Powell; Movimientos de Apostolado familiar; Comunidades de vida cristiana (CVX); Focolares; Movimientos de liberación; Comunidades eclesiales de Base (CEB); Acción Católica; Movimientos de carácter misionero; Comunidades ADSIS; Talleres de oración y vida de Ignacio Larrañaga, etc.

Como vemos, un amplio abanico de grupos que congregan a miles de hombres y de mujeres a vivir su fe, aunque de variada tendencia en el modo cómo entender su relación con lo divino y lo humano.

     [9] Cf., J.M. MARDONES, El marco socio-cultural de los Nuevos Movimientos eclesiales, en «Sal Terrae» 84 (1996) 272-274.

     [10] La intervención tuvo lugar en el Seminario de reflexión y diálogo sobre los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades en la solicitud pastoral de los obispos, que tuvo lugar en Roma, en el Pontificio Ateneo Regina Angelorum, los días 16 al 19 de junio del año 1999.

     [11] Cf., L.GONZÁLEZ-CARVAJAL, Cristianos de presencia y cristianos de mediación, «Aquí y Ahora» 3,Santander 1989, 3.

     [12] Citado por A. GUERRA, Movimientos en la Iglesia de hoy. Preferencias oficiales por la neomística, en «Revista de espiritualidad» 52 (1993) 269, nota 35.

     [13] Cf., Ibid., 271.

     [14] Cf., J.M. MARDONES, El marco socio-cultural de los nuevos movimientos eclesiales, en «Sal Terrae» 84 (1996) 278.

     [15] Cf.,  J. VANIER, Los nuevos movimientos laicales: signos del Espíritu o sectas cristianas, en «Selecciones de Teología» 149 (1999) 45-47.

     [16] Cf., C. GARCÍA DE ANDOIN, La pretensión pública de la fe. HOAC y Comunione e Liberazione. Dos estrategias laicales, Bilbao 1994, 315.

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