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Cuando Francisco de Asís conoció el mundo religioso femenino, todas las experiencias ya estaban en marcha con una vibración que conmovía al mundo en el que él vivía. El encuentro entre el franciscanismo y el mundo femenino no impulsó inmediatamente nuevas formas de vida común religiosa femenina. Francisco y sus primeros compañeros «dialogan» con todas las formas de vida religiosa femenina: la joven Clara que cambia su estilo de vida; una viuda y una reclusa, que continúan después en su mismo estado de vida[1].

En los escritos de Francisco hay muy pocas referencias a las mujeres; esto, según Bartoli, «responde a una actitud que Francisco quería comunicar a sus frailes. Una actitud sumamente respetuosa y prudente, pero nada misógina, es decir, una actitud sin hostilidad ni prejuicios»[2].

En los tiempos de Francisco, como ya hemos visto, existían comunidades mixtas, hombres y mujeres, que tuvieron bastante éxito. Francisco conocía la arriesgada familiaridad entre hermanos y hermanas, no sólo entre los grupos de herejes -cátaros, valdenses-, sino también en ambientes ortodoxos: beguinas, hospicios de leprosos, los Humillados. Estas situaciones hacen que Francisco esté en alerta permanente, lo que se refleja en los textos. Con todo, Francisco en sus encuentros personales con mujeres se manifiesta con una gran libertad espiritual. Veremos más adelante los casos conocidos de la reclusa Práxedes, la viuda Jacoba de Settesoli y de Clara.

Pero Francisco no quiso fundar una Orden mixta ni fue reformador de monasterios femeninos[3].

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La mujer en los escritos de san Francisco

 

En la Regla no bulada del año 1221, nos encontramos con el capítulo XII: Las malas miradas y el trato con mujeres. «Y ninguno se entretenga en consejos con ellas, o con ellas vaya solo de camino, o coma a la mesa del mismo plato» (1 R 12, 2). Son consejos concretos, con la finalidad de evitar un roce exagerado que pudiera suscitar sospecha. Estas determinaciones se repiten en la Regla bulada de 1223 (2 R 11).

De la misma temática y en capítulo  XII de la primera Regla, «y ninguna mujer en absoluto sea recibida a la obediencia por algún hermano, sino que una vez aconsejada espiritualmen­te, haga penitencia donde quiera» (1 R 12, 4).

La opinión de Francisco fue que los hermanos hablaran con estas mujeres, que las aconsejaran, pero que luego las dejasen seguir su camino[4]. Como veremos luego, el mismo Francisco se saltó la norma.

Práxedes y Jacoba de Settesoli

La forma de vida religiosa de Práxedes[5] nos muestra la experiencia de las mujeres que habían optado por la reclusión. La reclusa Práxedes vivía encerrada desde hacía cuarenta años y fue recibida a la obediencia por Francisco; así, ella pasa a ser una religiosa menor, pero continuaba en su reclusión.

La señora Jacoba estaba casada con Graziano Frangipane, de la nobleza de Roma, cuya familia había tenido protagonismo en la vida romana desde hacía al menos dos siglos. Al quedarse viuda, Jacoba vive su religiosidad en el mundo, una religiosidad de tipo activo, sin entrar en la vida claustral. Ella impulsó y patrocinó la primera instalación de los Hermanos en Roma, en el Trastevere, cerca de un hospicio junto a la Iglesia de San Biagio. Jacoba siguió así la tradición de otras viudas romanas que se dedicaban a las obras de piedad.

Para la familia franciscana el hecho más conocido es aquel en el que Francisco, viendo cercana la hora de la muerte, manda que venga Jacoba y le traiga unos dulces que a él le gustaban. Antes de salir el mensajero, «Fray Jacoba» llegó trayendo todo[6]. Las Fuentes hablan de Jacoba como otra Magdalena, «que continuamente lloraba y vivía devotamente por el amor de Dios».

Clara de Asís

Clara provenía de una familia de la pequeña aristocracia de Asís. Nacida en 1193, doce años después de Francisco, había vivido como penitente en su casa materna. Se conviertió al estado de penitencia evangélica-eclesial y recibió de Francisco, en el Domingo de Ramos de 1211 ó 1212, la tonsura penitencial después de haber huido de casa y de haber dado todo a los pobres[7].

A Clara se le ha unido siempre a la figura de Francisco; pero Clara no es una reproducción de Francisco. Ella desempeñó un papel muy dinámico, autónomo y valiente en su grupo de Hermanas Pobres y en relación a la vida del santo y sus compañeros.

Parece bastante claro por los testimonios aportados en el proceso de canonización de Clara, que es ella la que toma la iniciativa en el encuentro con Francisco, resultado de su espíritu de búsqueda religiosa. En su Testamento, cuando recuerda los comienzos, manifiesta que:

«después que el Altísimo Padre celestial por su misericordia y gracia se dignó iluminar mi corazón, para que, con el ejemplo y enseñanza de nuestro beatísimo padre Francisco, hiciese penitencia, poco después de su conversión, le prometí voluntaria       mente obediencia, con las pocas hermanas que Dios me había dado poco después de mi conversión»[8].

Es Clara la que libremente prometió obediencia a Francisco.

Clara convirtió sus bienes en limosnas y las distribuyó entre los pobres. Pero la actitud de Clara suponía una vileza, sobre todo en el gesto de vender la herencia para repartir lo obtenido entre los pobres, en vez de venderlo a su familia o dejárselo. Fue un gesto de ruptura con su familia: Clara prefirió malvender a privar a su gesto del valor contestatario que tenía. Clara cambió su condición de vida;  dar los bienes a su familia habría sido como negar a los pobres su derecho[9].

Otro aspecto importante en la vida de Clara fue la elección por parte de Francisco del título de abadesa para ella. Con este título de tradición benedictina, la comunidad de san Damián se ajustaba a la norma del Concilio Lateranense IV (1215) que obligaba a adoptar una Regla ya existente.

El título le confería a Clara un poder y una autonomía que no correspondían a la condición social y a los recursos económicos de san Damián. Clara vio la necesidad de un reconocimiento jurídico de la Iglesia para su comunidad; pero al mismo tiempo le preocupaba que el título y la Regla benedictina modificaran el rostro de su comunidad. Por ello pidió directamente al papa Inocencio III un reconocimiento peculiar: el privilegio de la pobreza, para garantizar la forma de vida evangélica-franciscana; hecho que tuvo lugar en los años 1215-1216.

La misma Clara, que había pedido semejante documento, se preocupó, como dice en el Testamento, de que los demás pontífices confirmaran el derecho a la pobreza[10]. El privilegio de la pobreza es el primer documento pontificio redactado por la Santa Sede para la Orden franciscana y representa la síntesis más rica y profunda de toda la espiritualidad evangélica-franciscana[11]. El privilegio de la pobreza es el privilegio de vivir sin privilegios. Un privilegio que garantizaba una vida sin garantías. El documento asume la pobreza como valor jurídico.

El papa Gregorio IX confirmó el privilegio de la pobreza dado por Inocencio III. Por su originalidad, transcribimos el texto, fechado el 17 de setiembre de 1228, tomado del original que se halla en el protomonasterio de Santa Clara, en Asís[12].

En san Damián intentan vivir con las Constituciones escritas por el cardenal Hugolino para otros monasterios de Italia; pero con el Privilegio de la Pobreza que poseían las hermanas, la puesta en práctica de las constituciones hugolinas era difícil. El papa Inocencio IV elaboró una Regla para las hermanas de san Damián el 6 de agosto de 1247[13].Esta Regla no se basaba, por primera vez, en la Regla de san Benito, sino en la de Francisco; pero prescribía que los monasterios dispusieran de bienes para su subsistencia. A Clara no le satisfizo esto, así que se decidió a escribir ella misma la Regla de vida, en la que la pobreza fuese solemnemente confirmada. Era una decisión sin precedentes en la historia de la Iglesia: que una mujer escribiera una regla para mujeres. Sólo este hecho hace de Clara una de las mujeres más representati­vas de la historia del cristianismo.

La Regla de Clara fue aprobada primeramente por el cardenal protector Rainaldo, el 16 de setiembre de 1252, en nombre del Papa, y luego por el papa Inocencio IV por bula del 9 de agosto de 1253[14], donde por fin consigue Clara el refrendo pontificio del privilegio de la pobreza. La flamante bula fue entregada a Clara el 10 de agosto en su lecho de muerte, al día siguiente murió la santa con el pergamino entre las manos. Fue canonizada dos años después, en 1255.

Aquí queremos dejar constancia de la grandeza de esta mujer, que cautivada por el Señor, le dedicó su vida fundamentalmente desde la pobreza y la humildad, y cómo en torno a ella y sus primeras hermanas se generó un movimiento de religiosidad femenina, movimiento franciscano-clariano-minorítico, que orientaba y era punto de referencia para muchas mujeres que querían vivir su seguimiento al Señor en formas diferentes a las establecidas[15].

Entregas anteriores:

 

     [1] M. BARTOLI, Clara …, o.c.,  411-412.

     [2] Cf. Ibid., 409.

     [3] Santo Domingo de Guzmán, contemporáneo de Francisco, sí que actuó de reformador o animador de comunidades femeninas. El papa Honorio III le encargó que reformara el monasterio de Santa María in Monte, más tarde llamado de San Sixto, que fue incorporado a la Orden de los Predicadores en 1221.

     [4] En muchas ocasiones parece que los Hermanos, ya extendidos por otros países, fundaron casas en hospicios ya existentes, que eran incorporados a la Orden franciscana.

También con respecto al movimiento «clariano», los Hermanos habrían hecho las primeras fundaciones, como Monticelli, Perusa.

     [5] Celano, el biógrafo de Francisco, escribe de esta mujer: «Práxedes, famosísima entre las religiosas de Roma y del imperio romano, se esconde desde muy tierna niñez en un encierro austero y vive en él por cuarenta años por amor de su Esposo eterno, merecedora por esto de singular confianza de san Francisco. Francisco le recibe a la obediencia -cosa no otorgada a ninguna otra mujer- y le concede el hábito de la Religión, es decir, túnica y cordón.» (3 C 181).

     [6] Jacoba conoció a Francisco el año 1212. Se encuentra enterrada en la Basílica inferior de Asís, junto a la tumba del santo. Tenemos relatos de ella en LP 8, EP 112, 3 C 37-39.

     [7] La tonsura de una virgen estaba reservada al obispo ordinario del lugar. En nuestro caso, es Francisco, un simple laico, el que asume la responsabilidad de consagrar a una virgen.

     [8] CLARA DE ASÍS, Testamento, en Escritos de santa Clara…, o.c.,  279.

     [9] M. BARTOLI, Clara…, o.c.,  77.

     [10] «para mayor cautela, me preocupé de que el señor papa Inocencio, en cuyo pontificado comenzó nuestro género de vida, y otros sucesores suyos reforzaran con sus privilegios nuestra profesión de snatísima pobreza, que prometimos al Señor y a nuestro padre, para que nunca en modo alguno nos apartemos de ella» Cf. CLARA DE ASÍS, Testamento, n.6.

     [11] OPTATUS VAN ASSELDONK, «Sorores minores».., o.c., 403.

     [12] «Gregorio obispo, siervo de los siervos de Dios. A las amadas hijas en Cristo, Clara y demás siervas de Cristo, congregadas en la iglesia de san Damián, del obispado de Asís, salud y apostólica bendición.

Como es manifiesto, deseando consagraros a sólo el Señor, renunciasteis al apetito de las cosas temporales; por lo cual, vendido todo y distribuido a los pobres, os proponéis no tener posesión alguna, siguiendo en todo las huellas de Aquel que por nosotros se hizo pobre, camino, verdad y vida; ni de un tal propósito os arredra la penuria de las cosas, porque la siniestra del Esposo celestial está bajo vuestra cabeza para sostener las flaquezas de vuestro cuerpo, que con ordenada caridad habéis sujetado a las leyes del espíritu.

Finalmente, quien alimenta las aves del cielo y viste los lirios del campo, no os faltará con el sustento y vestido hasta que, pasando El, se os dé a sí mismo en la eternidad, cuando su diestra más felizmente os abrazará en la plenitud de su visión.

Por tanto, como lo habéis suplicado, con benignidad apostólica confirmamos vuestro propósito de la altísima pobreza, concediéndoos, con la autoridad de las presentes Letras, que por ninguno podáis ser obligadas a recibir posesiones.

A ninguno, pues, de los hombres sea lícito en manera alguna violar esta escritura de nuestra concesión, o con osadía temeraria ir contra ella. Y si alguno presumiere atentarlo, sepa que incurrirá en la indignación de Dios todopoderoso y de los bienaventurados Pedro y Pablo, sus apóstoles.

Dado en Perusa, a 17 de setiembre, año segundo de nuestro pontificado.»

Cf. Escritos de santa Clara…, o.c., 235-236.

     [13] INOCENCIO IV, Cum omnis vera religio (6-VIII-1247) en B.R. 527-535.

     [14] INOCENCIO IV, Solet annuere (9-VIII-1253) en B.F. I, 671.

     [15] Para un descubrimiento de la figura de Clara y su importancia para la Historia de la Iglesia y social, ver: MARCO BARTOLI, Clara de Asís, Oñate 1992.

CLARA A. LAINATI, Santa Clara de Asís. Apuntes biográficos de Santa Inés de Asís, Oñate 1983.

MARÍA PÍA ALBERZONI, Clara de Asís y el franciscanismo fememino, en ALBERZONI, Mª P., – BARTOLI, M.,  Francisco de Asís y el primer siglo de historia franciscana, Oñate 1999, 227-263.

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