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Cuando hallas algo inesperado y te cautiva, ¿eres capaz de dejarlo todo para comenzar de nuevo?

El Reino de Dios se compone de gente que ha encontrado la voluntad de Dios y le ha cambiado la vida. El evangelio compara el valor del Reino con el de un tesoro, un comerciante de perlas y una red repleta de peces. Es una desproporción que arrastra a hacer locuras y, a la vez, asusta por el cambio de valores que provoca; es la emoción de la fe.

Para explicarla nadie mejor que Jesús, que como buen letrado es capaz de dar luz al presente con las verdades de siempre. Y lo hace con el ejemplo de la “compra” y del “discernimiento”.

Fijémonos que tras el hallazgo del tesoro o de la perla preciosa más de dos hubiéramos salido corriendo con ellos bajo el brazo. Y, sin embargo, se vende todo y se compra el campo y la perla. Y ocurre porque todo lo que se tenía se ha depreciado frente al valor de tesoro y perla. Y se compran. Cristo es un tesoro escondido en el campo de la Iglesia; encontrarlo supone el riesgo de invertir en una nueva familia donde él se esconde. Ciertamente, el tesoro es él… pero el terreno es el lugar escogido para habitar. Y es la historia y las gentes, las culturas y la geografía lo que da carne al Maestro. Encontrar lleva a dejar para adquirir.

La otra dimensión es la capacidad para discernir el bien del mal, lo que Dios quiere y lo que son nuestros deseos, los que siguen a Jesús por amor o por interés, los que viven la vida con sentido o inconscientemente. Y lo refleja con esa red de pesca que acoge a todos y la selección posterior. Separando aquellos que han aprovechado la vida y han descubierto el tesoro que la sustenta, de los que ni siquiera se han dado cuenta del valor de la existencia.

Descubrir el tesoro y comprar el campo que lo aloja es un lujo; un lujo de sentido. ¿Compras?

Via LCDLP

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