Cd. de México, a 23 de diciembre de 2020.
A todos los hermanos y hermanas
de la Familia Franciscana en México.
Paz y Bien, hermanos y hermanas,
Llegamos a la fiesta de las fiestas. Celebramos juntos al Dios con nosotros y esto llena nuestro corazón de alegría. El Emmanuel es el cumplimiento de su promesa de estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Cfr. Mt 28,10-20). Su presencia nos da nueva vida y nos llena de gracia. El Verbo se hizo carne, habitó entre nosotros y nosotros somos testigos. Felicitémonos por el inmenso gozo que nos trae la venida salvadora de Jesucristo.
La Navidad nos muestra la pobreza en la que Dios se encarna. Es el acontecimiento donde «se ha hecho en todo semejante a los hombres» (Flp 2,7) y ha dado a conocer la bondad y el amor entre nosotros. Navidad es esa actitud de amor, es un misterio de pobreza y sencillez. Ante esto nos dejamos sorprender, contemplamos y agradecemos. En torno a la Navidad todo es nacimiento, iluminación, novedad, adoración y coros angélicos de alabanza: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama».
Al igual que lo hizo Francisco de Asís, hacemos memoria del niño que nació en Belén, contemplamos con nuestros ojos su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno. Preparamos nuestro pesebre para que la simplicidad reciba honor, la pobreza sea ensalzada, se valore la humildad, y nuestra casa se convierta en un nuevo Belén (cfr. I Cel, XXX, 84-87). En nuestros lugares hacemos memoria amorosa del niño Jesús que trae una nueva manera de vivir. Nuestra incertidumbre, fragilidad, pequeñez, soledad, puede ser la cueva donde Jesús nace hoy de múltiples maneras.
En medio de las circunstancias marcadas por esta pandemia echemos una mirada a nuestro alrededor y demos gracias por las bendiciones que nos han sido dadas. Hoy, más que nunca, la Navidad es una invitación a vivir en la gratitud y en la solidaridad con los nuestros y los otros. Un momento para abrazarnos, pedir perdón, perdonar, agradecer y bendecir. Ante nuestra fragilidad, experimentada en este año, hemos de vivir redimiendo nuestras relaciones.
Miremos el pesebre, descubramos al niño recostado y dejémonos sorprender por su presencia, regalo de Dios para cada uno de nosotros. Un regalo que nos llena de alegría, paz y esperanza. Ya lo han dicho los Ministros Generales de la Orden Franciscana en su carta de Navidad 2020: “En ese rostro que podemos leer que Dios es amor (1Jn 4, 16); el Amor que no sabe sino darse plenamente, y, consciente de nuestra necesidad de salvación, ha venido a nuestro encuentro”. Felicidades por este gran regalo que has recibido, mi abrazo fraterno para ti.

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