Los movimientos laicales
Estos movimientos, ya en el siglo XII entendían la vida evangélica o apostólica de manera diferente a como lo entendía la vida monástica. Esta última vivía el evangelio en la vida común, en el trabajo y en la oración. La vida monástica era la vida apostólica. Y la pobreza era individual, no comunitaria.
Para estos movimientos laicales, la pobreza colectiva era valor fundamental; la vida apostólico-evangélica les llevaba a una vida en común en absoluta pobreza colectiva. Por otro lado, descubrían la necesidad de estar más cercanos al pueblo, entre la gente, perteneciendo a ella; para ello, van por el mundo como predicadores itinerantes, presentando el evangelio y los escritos de los apóstoles como la única norma de vida cristiana[1].
También era fundamental la necesidad de vivir con más radicalidad el sentimiento de hermandad, dejando de lado las estructuras jerárquicas; se proclamó la igualdad entre los miembros de la fraternidad, aunque había un líder, más bien moral.
Estos movimientos evangélicos pauperísticos tienen sus antecedentes en la misma Iglesia, animadora de reformas dentro de ella, con monjes, clérigos y ermitaños llamando a la conversión y a la penitencia. El ambiente socio económico y político tuvo también influencia en estos movimientos.
La existencia de estos grupos pauperísticos e itinerantes supuso para la Iglesia un rejuvenecimiento espiritual, pero también situaciones de división y controversia. Su sentido crítico y su actitud de rechazo de la Iglesia institucional creó conflictos; para muchos, eran grupos heréticos, y para otros, esperanza y gracia de Dios.
A algunos movimientos su forma de vida rígida les llevó a rechazar todo lo que no fuera el evangelio y los escritos apostólicos. Comenzaron a criticar las leyes y usos de la Iglesia, negando con frecuencia la validez de los sacramentos.
Se iba creando un fuerte sentimiento de hostilidad contra la Iglesia como institución y contra sus miembros porque no se consideraba su vida acorde con el evangelio. La Iglesia consideraba sospechoso todo grupo que viviera un cierto estilo de pobreza más radical. Si a ello se unía una vida apostólica con predicación itinerante, ya casi era herético. Muchos grupos, en su actitud radical de reforma, llegaban a la denuncia de la jerarquía, por considerarla falsa seguidora de los Apóstoles.
Estos movimientos evangélicos populares querían renovar la vida cristiana con la renuncia voluntaria a los bienes terrenos y con la predicación itinerante del Evangelio realizada por hombres y mujeres.
El papa Inocencio III hizo un esfuerzo por integrar a estos grupos dentro de la Iglesia, pero no encontré en ellos la acogida deseada, y en ocasiones tropezó con la oposición de los mismos obispos.
A lo largo del siglo XII y comienzos del XIII, Europa y particularmente Italia y el sur de Francia, se convirtieron en escenario de abundantes manifestaciones evangélicas populares y de movimientos pauperísticos, también heréticos. Entre ellos nos encontramos con numerosos grupos heterodoxos, algunos de los cuales fueron aprobados posteriormente por la misma Iglesia. Los más importantes, por su expansión e influencia, fueron los Humillados, los cátaros[2], los valdenses[3] y la comunidad de Bernardo Prim.
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Denominación y difusión
El proceso de la penitencia canónica se desarrollaba en los primeros siglos en tres momentos sucesivos. En primer lugar, la entrada en el ordo de los penitentes, con la confesión del pecador al obispo. En un tiempo posterior, se pasa al estadio penitencial de expiación; este era un tiempo de mucho rigor, tanto en la duración (cinco, siete, diez años e incluso toda la vida), como en las obras de penitencia a realizar (cubrirse la cabeza con ceniza, vestirse de saco, ayunos, asistir a horas canónicas); en este tiempo estaban excluidos de la comunión eucarística. Por último, la reconciliación; el obispo admitía solemnemente al penitente a la comunión eclesial-eucarística mediante la imposición de las manos.
Los penitentes reconciliados no podían repetir la penitencia canónica, ni tenían acceso a las órdenes sagradas, ni podían contraer matrimonio o usar de él, ni aceptar cargos públicos. Todas estas realidades de dureza en el proceso penitencial y las consecuencias que conllevaba, hicieron que muy poca gente entrara en el orden de la penitencia. Esperaban hasta los últimos días de su vida para recibir la penitencia[4].
Contemporáneamente se inicia el fenómeno de algunos fieles, que sin ser pecadores ni abandonando sus quehaceres, entraban en el Orden de la Penitencia de manera voluntaria, por amor a la perfección y acogiéndose a la legislación, dispuestos a permanecer toda la vida en ese estado. Son los penitentes.
El nombre más común para este grupo es el de conversos, que son aquéllos que manifestaban el deseo de una ruptura, más o menos radical, con el género de vida anterior, entrando en una de las varias formas de vida penitencial existentes en la Iglesia. Están los donados u oblatos, que permanecen al servicio de una iglesia, un monasterio o un obispado, con una promesa de estabilidad. También están los eremitas que vivían sólos, en grutas o cuevas[5].
Del rito de la profesión penitencial eremítica formaba parte el despojarse de los vestidos, la renuncia al mundo, el cambio de nombre y a veces la profesión de votos religiosos. Otra forma de vida penitencial eran los reclusos o encarcelados. Eran personas que se consagraban a Dios sin entrar en las formas institucionales del monaquismo. Su subsistencia era asegurada por la caridad de la gente[6]. Otra forma de vida penitencial era la que adoptaban los peregrinos voluntarios a los lugares santos de Palestina o a las tumbas de los apóstoles.
Este movimiento de la penitencia es fundamentalmente urbano, que nació de la conciencia misma de los fieles, como vivencia espontánea, y manifestación libremente expresada de una íntima exigencia de naturaleza religiosa[7].
El fenómeno penitencial se extendió por toda Italia en el siglo XIII. Los Congresos de Estudios Franciscanos[8] han permitido conocer la realidad del mundo penitencial en general, y también por comarcas; de este modo se pueden datar los grupos de penitentes que existían en cada ciudad, y desde cuándo se encuentra documentación (en Italia mayormente) sobre los mismos[9].
Las denominaciones más frecuentes de los penitentes antes de 1289, que es la fecha en la que es aprobada la regla de los penitentes franciscanos -Supra Montem-, son variadas: frati e suore penitenti, frati e suore della penitenza, continenti, fratres de paenitencia coniugati, ordine dei frati della penitenza, ordine dei penitenti, fratres de paenitentia Dei. Después de la Supra Montem, la terminología para designar a estos penitentes, ya indican el hecho de una Tercera Orden: de III Ordine, de III regula, fratres de III regula, de paenitentia tertii ordinis seu tertiae regulae Sancti Francisci[10].
Entregas anteriores:
[1] INOCENCIO III, Cum ex iniuncto, en BR 3, 159-161. Inocencio III escribe esta bula en 1199 a «todos los fieles de Cristo que viven en la ciudad y diócesis de Metz». En un párrafo de la bula habla de a quién pertenece el oficio de la predicación: «son muchos los miembros del cuerpo, y cada uno tiene su oficio, así son muchos los órdenes en la Iglesia, pero no todos tienen el mismo oficio. Por lo tanto, dado que existe el orden de los doctores con el oficio más importante de la Iglesia, no debe cualquiera usurpar indiferentemente el oficio de la predicación».
[2] El movimiento cátaro apareció en Francia y en la alta Italia en la primera mitad del s. XI. Parece que es el primer caso de predicación de laicos. Los cátaros tenían una concepción dualista del mundo: el dios bueno creó el mundo de los espíritus y el dios malo, identificado con Satán, es el creador del mundo visible. Los cátaros negaban la encarnación y tampoco tomaban en serio la crucifixión.
La exigencia principal de la moral era la superación de la materia. Todo contacto con ella era pecaminoso. La moral llegó a ser negativa y exterior, meras prohibiciones. Cf. K. ESSER, Francisco de Asís y los cátaros de su tiempo, en Sel Fran 13-14 (1976) 145-172.
[3] Para Pedro Valdés la pobreza y la predicación itinerante eran los dos pilares de su estilo de vida ya convertida. Los primeros seguidores vivían en pobreza y humildad, llevando a la vida la Biblia con liberalidad. Abogaban por la oración en común y la lectura de la Biblia en lengua vulgar. A la vez, proponen interrogantes sobre la eucaristía y manifiestan cierta oposición a la autoridad eclesiástica.
La rebelión de Valdés se produjo cuando el papa Alejandro III, aunque había aprobado su estilo de vida, le prohibió la predicación itinerante por ser laico, y él no hizo caso; fue condenado, juntamente con los cátaros y humillados, en el concilio de Verona (1184) por el papa Lucio III.
[4] I. OÑATIBIA, Penitencia, en C. FLORISTAN -J.J. TAMAYO, Conceptos fundamentales de pastoral, Madrid 1983, 759-760.
[5] «El eremitismo era una vocación que se comenzaba a sentir de ordinario después de varios intentos infructuosos (…) La iconografía les imagina de ordinario como hombres robustos, de larga barba saliendo bajo una descuidada cabellera; vestido de túnica que llega a la rodilla, sujeta a los costados por un cinturón o una cuerda, y con un manto amplio. Llevaban en la mano un largo bastón, a veces un libro, una cruz, un rosario». Cf. G. ANDREOZZI, Il terzo ordine regolare di S. Francesco nella sua storia e nelle sue leggi (I), Roma 1993, 13.
[6] «El rito de la reclusión era este: el recluso o la reclusa se acercaba a la iglesia parroquial, y después de haberse confesado y recibido la eucaristía, emitía en las manos del párroco los votos habituales de pobreza, castidad y obediencia. Revestido con el hábito eremítico, venía acompañado al lugar preparado. Cuando el recluso había entrado, se tapiaba la puerta, no dejando allí mas que una ventanita enrejada, por la cual recibía los sacramentos y el alimento que le suministraba la caridad de la gente» Cf. G. ANDREOZZI, Ibid., 41.
[7] R. MANSELLI, Conclusione, en Il movimento francescano della penitenza nella società medioevale, Atti del 3º Convegno di Studi Francescani. Padova 25 al 27.Settembre 1979. A cura di Mariano D’alatri, Instituto Storico dei Cappucini, Roma 1980, 492.
[8] . L’ordine della penitenza di san Francesco D’Assisi nel secolo XIII. Atti del Convegno di Studi Francescani, Assisi 3 al 5. Luglio 1972. A cura di O. Schmucki, Instituto Storico dei Cappucini, Roma 1973.
. I frati penitenti di san Francesco nella società del due e trecento, Atti del 2º Convegno di Studi Francescani, Roma 12 al 14 Ottobre 1976, A cura di M. D’alatri, Instituo Storico dei Cappucini, Roma 1977.
. Il movimento francescano della penitenza nella società medioevale, Atti del 3º Convegno dei Studi Francescani, Padova 25 al 27 Settembre 1979, A cura di M. D’alatri, Instituto Storico dei Cappucini, Roma 1980.
. Prime manifestazioni di vita comunitaria maschile e femminile nel movimento francescano della penitenza (1215-1447),Atti del 4º Convegno dei Studi Franciescani, Asís 30-VI/2-VII 1981, A cura di R. Pazelli e L. Temperini, Roma 1988
. La «Supra Montem» di Niccolò IV (1289): Genesi e diffusione di una regola, Atti del 5º Convegno di Studi Francescani, Ascoli Piceno 26-27 Octtobre 1987, A cura di R. Pazelli-L. Temperini, Analecta TOR, Roma 1988.
. Terziari francescani in età moderna. Antico e nuovo mondo, Atti del 6º Convegno di Studi Francescani, Milano 22-24 Settembre 1992, A cura di L. Temperini, Roma 1993.
[9] G. CASAGRANDE, Il movimento penitenziale nel medioevo, en «Benedictina» 27 (1980) 697-700.
[10] A. POMPEI, Terminologia varia dei penitenti, en Il movimento francescano della penitenza…,o.c., 13-15.
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