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El 22 de setiembre la Congregación para la Doctrina de la Fe presentó en Conferencia de prensa la Carta «Samaritanus bonus» sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida.

Cuatro disertantes presentaron sus reflexiones sobre la Carta La Profesora Gabriella Gambino; SE el Cardenal Luis F. Ladaria Ferrer,SI; SE Mons. Giacomo Morandi y el Profesor Adriano Pessina; en las próximas líneas presentaremos algunas de las frases más relevantes de la conferencia.

SE el Cardenal Ladaria Ferrer, nos decía en su presentación “Creemos que un nuevo pronunciamiento orgánico de la Santa Sede sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida es apropiado y necesario en relación a la situación actual, caracterizada por un contexto legislativo civil internacional cada vez más permisivo con respecto a la eutanasia, el suicidio asistido y las disposiciones sobre el fin de la vida”.

Por su parte SE Mons. Giacomo Morandi nos indicaba que “El objetivo de la asistencia debe apuntar a la integridad de la persona, garantizando el apoyo físico, psicológico, social, familiar y religioso con los medios adecuados y necesarios” (parte I, p. 8). “ La respuesta cristiana al misterio de la muerte y el sufrimiento no es ante todo una explicación, sino una Presencia”

Cuando tomó la palabra la Prof. Gabriella Gambino rescató tres aspectos de la “Samaritanus bonus” que constituyen los principios fundadores de la Carta. “El primer aspecto es la la vulnerabilidad de cada ser humano, cuerpo y espíritu, misteriosamente marcado por ese deseo de Amor infinito que lo destina a la eternidad”. El segundo aspecto es “el principio de que el hacerse cargo del otro en estado de necesidad no sólo como una cuestión ética de solidaridad social… sino que es mucho más -dar a cada uno lo suyo-«. Y el último aspecto es el que “constituye el fundamento de cualquier orden jurídico: el valor de cada persona en cualquier etapa y condición crítica de la existencia”.

La conferencia de prensa finalizó con la intervención del Profesor Adriano Pessina que entre sus reflexiones nos dejó ideas como “ La nuestra es una época que hace referencia a la dignidad personal, la autonomía y la libertad individual, pero luego delega en la tecnología, las ciencias médicas y farmacológicas las técnicas de tratamiento y asistencia; y cuando la tecnología ya no puede hacer nada, cuando las fases de la enfermedad requieren la paciencia de la implicación personal y la muerte se acerca” ahí “surge la tentación de delegar en la muerte -en forma de suicidio asistido, eutanasia, abandono terapéutico- esa respuesta a la pregunta -sobre el sentido de la vida- a la que ninguna máquina, ni siquiera la inteligencia artificial más sofisticada, puede responder”. 

 “Es precisamente el hombre, a pesar de sus limitaciones, su fragilidad, su cansancio, el que siempre es digno de ser amado. Es necesario, por lo tanto, volver a –ver- y custodiar  el valor del ser humano en su concreción existencial, única e irrepetible”.

Finalmente el Profesor Adriano Pessina nos exhorta a no olivarnos “que la soledad del enfermo es también a menudo la soledad de los que lo cuidan. Esta Carta, introduce el concepto de comunidad sanadora, una hermosa intuición que da voz a toda la centralidad de las relaciones destacadas por la antropología contemporánea, pero no suficientemente practicadas dentro de los procesos actuales de cuidado y asistencia”. Por lo tanto, una comunidad sanadora tendría que expresar la doble dimensión de atender tanto a los enfermos como a los que los cuidan. Un círculo virtuoso, que va más allá de la lógica de los protocolos y procedimientos, por muy útiles que sean, porque la esperanza se manifiesta ante todo en una compañía capaz de escuchar y compartir”. En estos tiempos de pandemia, – en esta suerte de nuestro doloroso camino desde Jerusalén a Jericó – los pacientes de Covid19 han encontrado en los médicos, en los enfermeros y enfermeras y en los trabajadores de la salud, al Buen Samaritano que ha sido capaz de estar a su lado: un stabat que atestigua que cuando no hay nada que hacer hay, al contrario, mucho que hacer. El COVID 19 nos ha recordado nuestra fragilidad, el cuerpo contagiado, en toda su materialidad, también nos ha obligado a reconfigurar los lazos y a «velar» por el otro, sin malentendidos. Pero sobre todo a hacer como Dios: a tener «compasión». Porque nadie en su sufrimiento es nunca un extraño para nosotros.

Texto completo: http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2020/09/22/carta.html

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