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Ángelus 30 de agosto 2020

Una vez más a mediodía, el Santo Padre Francisco apareció en la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro y quienes los siguen por las redes.

El Papa Francisco introdujo la oración mariana haciendo referencia al pasaje del evangelio de hoy (cf. Mt 16, 21-27), Jesús mismo comienza a hablar de su pasión “… ser muerto y resucitar al tercer día» (Mt 16, 21). Pero sus palabras no se entienden, porque los discípulos tienen una fe todavía inmadura y demasiado atada a la mentalidad de este mundo (cf.Rom 12,2). Piensan en una victoria que es demasiado terrenal y, por lo tanto, no comprenden el lenguaje de la cruz.

El mismo Pedro se rebela ante la perspectiva de que Jesús podría fallar; él cree en Jesús, tiene fe, quiere seguirlo, pero no acepta que su gloria pase por la pasión. ¡También para nosotros! – la cruz es una cosa incómoda, la cruz es un «escándalo», pero para Jesús huir de la cruz «es un escándalo», esto significaría apartarse de la voluntad del Padre. Por eso Jesús responde a Pedro: «¡Apártate de mí, Satanás! ¡Eres un escándalo para mí, porque no piensas según Dios, sino según los hombres! » (v. 23). ¿Cómo se entiende esto? ¡Nos pasa a todos! En momentos de devoción, fervor, buena voluntad, cercanía al prójimo, miramos a Jesús y seguimos adelante; pero en los momentos en que llega la cruz, huimos. El diablo, Satanás – como Jesús le dice a Pedro – nos tienta. Es propio del mal espíritu, es propio del diablo distanciarse de la cruz, de la cruz de Jesús.

Jesús nos dice: «Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (v. 24). Este es el camino del verdadero discípulo, mostrando dos actitudes. La primera es «renunciar a uno mismo», que no significa un cambio superficial, sino un cambio de mentalidad y valores, “convertirnos”. La otra actitud es tomar la cruz, soportar con fe y responsabilidad el esfuerzo que conlleva la lucha contra el mal. 

Asegurémonos de que la cruz que cuelga en la pared de la casa, o la pequeña que llevamos al cuello, sea un signo de nuestro deseo de unirnos a Cristo en el servicio amoroso de nuestros hermanos, especialmente los más pequeños y frágiles, no debemos reducirla a un objeto supersticioso o una joya ornamental. 

Texto completo: http://www.vatican.va/content/francesco/it/events/event.dir.html/content/vaticanevents/it/2020/8/30/angelus.html

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