En nuestra iglesia o comunidad de fe la moral ha estado relacionada a normas y conductas que pareciera son medibles o evaluables; también, muchas veces está la idea de que la moral tiene que ver con un “aparente comportamiento católico”. Posiblemente la moral cristiana más que reflexionada con apertura y responsabilidad nos ha llegado por medio de una “homilía o predica” de un sacerdote, de un párroco o un responsable de algún grupo católico, todos ellos en su mayoría varones. Poco se habla de moral católica a partir de la justicia, equidad, igualdad, dignidad y cuido de la creación; siguiendo con este planteamiento, digamos unas palabras.
La moral desde una perspectiva franciscana, según Fr José Luis Parada OFM, puede definirse de manera breve en un “decálogo de la Moral Franciscana”, que él lo desarrolla en 10 “C”: una moral desde el Corazón, la Compasión, Caridad, Cercanía, Contagio, Cordialidad, la Comunidad, el Compartir, el Compromiso, y la Comunicación.
Retomando esta propuesta, haremos una recreación de este enfoque de la moral a partir de la experiencia del Dios Trinitario, muy presente en el camino espiritual del hermano Francisco y en continuidad con el desarrollo del pensamiento franciscano del medioevo.
El humano imagen de la Trinidad.
El humano es imagen de la Trinidad, nuestro ser es sagrado como realidad ontológica: cada uno es imagen de la Trinidad, que nos creó por amor junto con todas las criaturas de este planeta. El libro de la vida y la creación habla de esta verdad.
Esta realidad humana tiene como como punto de partida: iniciar del interior de uno mismo, de ese lugar determinante que es el “corazón”, el mundo de los deseos, sentimientos, afectos y emociones; es decir, ese lugar habitado en nuestro interior que mueve la voluntad hacia un determinado horizonte, y esto solo es posible en libertad. Se trata de un sentir pensante o consciente desde nosotros mismos y delante de la Trinidad, de Jesús el Verbo encarnado y su Espíritu dador de Vida. Esta dinámica se da al amarnos a nosotros mismos, que significa conocernos y aceptarnos en nuestra verdad, con humildad agradecida, gestionando lo que se mueve en el interior, siendo así protagonistas que con un espíritu abierto y en libertad abrazamos los aciertos y desaciertos, la miseria y bondad de la vida.
Digamos que no hay posición moral sino es desde interior del humano, en actitud de aprendiz, en camino y búsqueda confiada en el Dios Trino que camina con nosotros en esta historia. Partimos de la aceptación humilde de nuestra verdad para poder decidir con libertad el camino de una ética basada en el bien, la justicia, la paz y la felicidad para todos y todas. Somos caminantes y peregrinos en este mundo, así construimos una ética franciscana, en la misma dinámica de la vida.
Unidad de iguales en la Trinidad
Si ya creemos como principio ético que cada uno humano es imagen de la Trinidad, se une a ese misterio de amor, la Encarnación del Hijo que se hizo historia humana en Jesús: que nos amó hasta el extremo. El que estaba en el principio de la creación, se hace total participe de la historia que el Padre con el Espíritu Santo de manera dinámica siguen recreando con todos los seres vivientes.
El criterio fundamental de la moral franciscana, es ser una moral cristológica, por tanto Trinitaria. El modelo humano para nuestro ser y hacer moral es Jesús: su sentir y pensar, sus palabras y gestos, sus acciones y decisiones que lo llevaron a relacionarse y vivir de una determinada manera: Jesucristo es nuestro fundamento y referente de la moral franciscana.
La relación en la Trinitaria.
Si la Trinidad es unidad creadora y dadora de vida, es por tanto relación y comunión en el mismo misterio trinitario. Por esta realidad de fe, la moral franciscana resalta este enfoque de la vida en fraternidad, que tiene de raíz el misterio de la filiación de los hijos e hijas del Padre. Un amor total y compartido, un amor dado gratuitamente y solidario con la vida. El sentido de fraternidad es un principio moral que conlleva: encuentro, cordialidad, compartir, compromiso, gratuidad y solidaridad. Es un sentirnos y pensarnos relacionados con los otros, en co-dependencia y al mismo tiempo en libertad.
Desde esta perspectiva es que podemos plantear una ética ecológica franciscana: un estar relacionados con todas las criaturas de este planeta. Por eso el hablar de la Casa Común, dice de un habitar en un espacio compartido, de una dignidad y reverencia al otro, en apertura al encuentro amoroso y contemplativo con los otras criaturas que viven en la misma “hermana Madre Tierra”. Estamos llamados a ser una fraternidad franciscana que contagia, que invita en este mundo a vivir de una manera cordial, afable, cuidadosa, dialogante y solidaria.
El Sumo Bien: la Trinidad.
Estamos ubicados en el mundo, somos seres de esta Tierra, así lo ve la moral franciscana. Esto nos hace referencia a la caridad en el sentido del simbólico evangélico del “buen samaritano”, somos llamados a ir hacia el otro en su complejidad y realidad dramática; es estar en cercanía solidaria con el caído en el camino, de ir más allá del prestigio, la imagen y hasta la autoridad eclesial.
Esta ética tiene en alta estima la sensibilidad, el dejarnos afectar por el “leproso”, el “mendigo y forastero” del camino. Es una moral de la presencia y cercanía afectiva y comprometida con las causas de los empobrecidos, soñadores, poetas, campesinos, peregrinos e indígenas que defienden la vida y la Casa Común.
El amor que nos habita surge al experimentar el ser amado gratuitamente por el Dios Sumo Bien, Bien Total, el solo Bueno. Solo el amor recrea el amor, solo el amor sana y transforma, solo el amor en libertad puede entregarse y dar vida: al modo de Jesús.
René Arturo Flores, OFM para pazybien.es
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Comentario enviado por Nestor Colombo, OFS (Argentina):
SOBRE LA MORAL FRANCISCANA
A modo de humilde aporte y complemento, opino que en nuestra Fe Católica, las normas y conductas son accesorias de lo principal, es decir que predominan la Verdad y el Amor que surgen del Evangelio y de nuestra asimilación a la Palabra. Por ello, la normativa debe ser medible y evaluable por medio de las revisiones de vida personal y comunitaria o exámenes de conciencia. De lo contrario caeríamos en un mero y frío legalismo…El comportamiento, si es aparente, es inmoral. Lo moral es o no es…La moral cristiana puede y debe tener apertura, en la medida que no “negocie” la Verdad y debiera ser responsable, siempre que cumpla con el primer requisito. Además, la Doctrina Social de la Iglesia menciona toda la temática vinculada con la fe práctica en pos del bien común, desde León XIII OFS hasta nuestros días, sin olvidar las enseñanzas de la Patrística. “Nada nuevo bajo el sol”; a lo sumo, sólo ajustes a las circunstancias que nos rodean y afectan y, si en alguna comunidad eclesial no se profundizara en esos temas probablemente lo sea o por desidia o por desconocimiento.
La Patrística y el Magisterio de la Iglesia son fundamentos básicos e imprescindibles de la Palabra de Dios…La moral cristiana, que se deriva de los tres ejes mencionados, es una sola. No hay varias morales. Por ende, no sería procedente hablar de una moral franciscana, otra dominica, otra carmelita y así sucesivamente. Son sólo matices de una misma moral. Lo que varía es la forma de vida evangélica.
La voluntad no puede subestimar la razón, porque se estaría relegando a un “me gusta” o “no me gusta”, lo cual no quiere decir que debiéramos caer en la rigidez estructural que suprime los deseos, sentimientos, afectos y emociones. Por supuesto que la libertad resulta fundamental, pero quizás se ha interpretado erróneamente la frase de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”, porque generalmente no se menciona la misma glosa que Agustín hace a continuación.
La libertad se construye conforme a la vital síntesis entre fe y razón. Como dice Chesterton: “Cuando entramos al templo nos sacamos el sombrero pero no la cabeza”. Sólo la Verdad nos hace libres y dignos de ser hijos de Dios, ese Dios que es Amor y que nos pide amarnos unos a otros, como Él nos ha amado,
En tal sentido, si no coincidimos en la Verdad y la interpretamos como algo personal, caeríamos en el mismo error de Lutero, quien tampoco entendió la mencionada frase de San Agustín, dando lugar a una libre interpretación de la misma moral y a la coexistencia del bien y del mal en una espiral notoriamente egocéntrica donde se extravía hasta el sentido del pecado…Una cosa es “nuestra verdad”, ligada a las circunstancias, y otra muy distinta la Verdad, la esencia del Ser, en el sentido que Verdad = Amor. No hay, por ejemplo, una moral privada y otra pública, pues sería aberrante esa escisión. Lo mismo ocurre con la Verdad: no hay tantas verdades como seres humanos; de lo contrario estaríamos confundiendo verdades con variables personales y circunstanciales. Ello no implica renunciar a la creatividad propia de los hijos de Dios, en sus distintas manifestaciones. Además si la ética no estaría basada en el bien, la justicia, la paz y la felicidad, en ese caso no estaríamos en presencia de una ética ni de una moral cristianas…El ser imagen de Dios Trino y Uno es mucho más que un principio ético: es la Verdad y es el Amor. Lo demás vendrá por añadidura
No sólo la moral franciscana es cristológica sino también las demás espiritualidades católicas. El decir que la moral cristológica es por lo tanto Trinitaria se trataría de una afirmación que ya viene dada por la misma persona de Cristo y sus dos Naturalezas..Es obvio que la espiritualidad franciscana pone especial énfasis en la vida comunitaria, en fraternidad, dado que se trata de una condición fundamental para seguir tras las huellas de Francisco, pero sus atributos virtuosos también deben ser acompañados por la paciencia, el mantenimiento del orden natural, la humildad y el perdón, para poder sobrellevar, con la gracia de Dios, lo que suele denominarse “la cruz de la convivencia”, como es el caso del veneno de la murmuración, que tanto combatiera y repudiara el mismo Francisco o el dinero considerado por el pobre de Asís como el “estiércol del demonio”, concepto magistralmente predicado por San Antonio de Padua al referirse a la avaricia de los mercaderes y banqueros que practicaban la usura en perjuicio de los pobres y marginados de la sociedad (es el mismo Antonio a quien denominaban “el martillo de los herejes”)…
Lo extraordinario de la vida e historia franciscanas es que, en pos de su fundador, surgieron diversas personalidades, sobre la base de practicar las obras de misericordia corporal (al estilo, por ejemplo, de Santa Isabel de Hungría) y de misericordia espiritual (al estilo, por ejemplo, de San Buenaventura) y hasta la hoy relegada necesidad de combatir valientemente en defensa de Cristo y de la Iglesia Católica (al estilo de San Luis IX Rey de Francia, San Fernando III y tantos otros). Todas estas glorias de la Familia Franciscana llegaron a la santidad por distintas vías pero respetando siempre la misma y única Verdad en el Amor, con su devota vida sacramental y adoración a Jesús Sacramentado.
“Estamos ubicados en el mundo”… Es cierto, estamos en el mundo, pero también se nos enseña que no somos del mundo, es decir que no pertenecemos al mundo engañoso del relativismo materialista y ateo. En caso contrario, seríamos cómplices del mal.
Se cita la parábola del “buen samaritano”, correspondiendo mencionar que fue hacia el otro, lo trató con extrema caridad, lo dejó a buen cuidado en la posada…pero siguió su camino. Hizo el bien y luego continuó su peregrinación y, precisamente, la espiritualidad franciscana se caracteriza también por la itinerancia y, más aún, por ser peregrinos en este mundo, desasidos y desarraigados de todo lo que nos impida seguir el Evangelio y llevarlo a la vida con gran alegría interior. Un buen ejemplo es el de nuestro hermano franciscano seglar San Roque de Montpellier, quien peregrinaba por toda Italia, sin miedo a la mortífera epidemia, sanando a los enfermos al bendecirlos y trazar sobre sus frentes el signo de la cruz.
También es muy cierto lo que se menciona sobre la forma de vida franciscana, conforme a los dones y frutos del Espíritu Santo. Dice San Maximiliano Kolbe: “Sólo el amor crea”. Por supuesto que ello también incluye la explicación “matemática” que diera el mismo Maximiliano cuando en una clase un seminarista le pregunta: “¿Cómo se llega a la santidad?” respondiéndole con una fórmula que escribe en el pizarrón: “S: V = v”, es decir que la Santidad (S) se alcanza cuando se une la Voluntad de Dios (V) con la nuestra (v), no sólo de palabra sino con obras concretas de amor evangélico, y es entonces, en esa fusión, donde surge la santidad a la que todos hemos sido llamados y para la cual se requiere atravesar no sólo verdes praderas sino también oscuras quebradas, eludiendo las trampas de los cazadores…
Y no olvidemos que Santa María de los Ángeles, en su “omnipotencia suplicante” es nuestra abogada y guía infalible para rechazar todas las tentaciones que el enemigo nos presenta en diversas y sutiles formas. María, Virgen y Madre, desde lo más profundo de su Inmaculado Corazón, nos ilumina al recorrer el sendero estrecho que nos conduce a la verdadera liberación del hombre viejo y del corazón de piedra…Es ya el tiempo de optar por el hombre nuevo y el corazón de carne.
Néstor OFS