La contemplación de María fue una constante en la oración del Padre Pío. En la Virgen Madre, Pío reconocía el refugio de los pecadores.
Esta es su meditación.
Cuando pienso en los innumerables beneficios con que me ha bendecido esta querida madre, me avergüenzo de mi mismo, por no haber guardado nunca, con el suficiente amor, aquel corazón y aquellas manos que ella me ofrecía.
¡Cuantas veces he confiado a esta Madre las penosas ansias de mi corazón agitado!
¡Y cuantas veces me ha consolado!
Pero ¿cuál fue mi agradecimiento?
En las mayores aflicciones, ahora que ya no tengo madre sobre esta tierra, me parece tener una Madre muy piadosa en el cielo.
Pero cada vez que mi corazón se calmaba me olvidaba de casi todo, incluso el deber del agradecimiento hacia esta «mamita» celeste.
Quisiera tener una voz potente para invitar a todos los pecadores del mundo a amar a la Madonna.
Padre Pío
El arma del Padre Pío.
Su amor a la Virgen se expresaba en particular por el rezo del Santo rosario que llevaba siempre enrollado en la mano o en el brazo, como si fuera un arma siempre empuñada.
Una tarde Padre Pío estaba en cama y lo asistía su sobrino Mario. El tío le dijo:
-Mario, tráeme el arma.
El sobrino buscó por aquí y por allá en la celda, sobre la mesa, en el cajón.
-Pero tío, no encuentro ninguna arma.
-Mira en el bolsillo de mi hábito.
El sobrino hurgó en el amplio bolsillo, y nada.
-Tío está sólo la corona del rosario.
-Tonto-, ¿no es esa el arma?
-”Toma esta arma”, le había dicho una vez en sueño la Virgen.
Le gustaba al Padre Pío contar ese sueño:
“Una noche soñé que estaba asomado a la ventana del coro y veía la plaza llena de gente. Les grité:
-¿Qué quieren?
-La muerte de Padre Pío-contestaron
-Ah, entonces ustedes son comunistas! -les dije yo, y me metí al coro.
En aquel momento me viene al encuentro la Virgen y me dice:
-No le tengas miedo, aquí estoy yo. Toma esta arma, vuelve a la ventana y úsala.
Yo obedecí y todos se cayeron muertos.
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