Primeramente nos atenemos al diccionario para recordarnos de estas tres palabras:
Paradoja: Es contrariedad
Divino: Lo sagrado, lo excelente podíamos decir, deidad, lo inmortal, lo que pertenece a Dios, lo sobrenatural, lo sobrehumano, lo portentoso etc.
Humano: Lo mortal, lo propio del hombre, lo terrenal etc.
¿Qué nos viene a decir esto? Donde realmente hallar y está la verdadera sabiduría, la sabiduría de las sabidurías, incomparable. Una sabiduría que humilla y confunde a los sabios. Una sabiduría que supera todo conocer humano. Una sabiduría que abarca no solo la mente sino que tiene su sede en el corazón de quien se le es concedida como don y gracia.
- A) UN DIOS QUE DESCIENDE
Desde la Encarnación del Hijo de Dios hasta su glorificación todo transcurre desde y en la humildad plena. La palabra humildad proviene de la palabra “humus” que significa tierra. Fijaos, lo Divino aterriza en lugares en los que nadie desea ni piensa llegar. El mismo suelo es el sitio de nuestro Dios. Jesús nace en un pueblo desconocido << ¿De Nazaret puede salir algo bueno?>>, de un matrimonio corriente de la época de ninguna clase social. Su padre “protector” carpintero y nada más. El silencio de María (hija de Joaquín y Ana) nos habla, es la sabiduría de quien sabe callar ante tal Misterio que supera la capacidad humana. Callar y contemplar con un corazón alerto, dispuesto, abierto a lo desconocido.
Pues ese Dios se abaja para encarnarse en un seno fuera del templo (lugar propio de Dios). Atraviesa tierras y valles, lejos de aquel santuario de Jerusalén, lejos de aquel lugar sagrado. Ya no será su lugar único un santuario hecho por manos humanas, su sagrado santuario será las entrañas maternas y jóvenes de esta hija nazarena. A partir de ahora será su santuario todo corazón humano, toda carne humana. Es un Dios universal, incontenible y María no puede abarcar tal ardor del fuego Divino que mora en ella, allá que sale de prisa para anunciar, para compartir su alegría, para cantar desde lo más hondo de su corazón el canto de alabanza, el himno de gloria <<proclama mi alma la grandeza del Señor>>.
Jesús Hijo de Dios nace y conoce la suerte de los perseguidos. Estamos ante un Dios que huye de la espada humana. ¡Cuántos niños inocentes habrá que morir con tal de eliminar este ser tan débil, tan indefenso que acaba de nacer! El corazón humano puede perpetuar barbaridades con tal de defender su aparente y engañosa seguridad. ¡Es una lucha que aún existe hasta el día de hoy! ¡Cuántos inocentes apaleados, saqueados de lo poco y único que tienen, que abandonan sus casas (que quiere decir toda la seguridad humana), son sometidos a actos barbáricos (carne tendida por los desiertos, sobre las vallas, individuos, familias enteras que desaparecen en las aguas por unas aparentes seguridades, por culpa de unos pocos! Ésta fue también la suerte de nuestro Dios, inmigrante, un refugiado en Egipto hasta la muerte de Herodes. ¡Un Dios que teme al hombre!
Por la persona de Jesús, nos encontramos así el Rostro auténtico de Dios. Un Dios que se abaja, se humilla, se vacía de sí, que no hace alarde de su categoría, que no pretende dominar ni es valorado en su pueblo, un loco, fuera de sus cabales, poseído por el poder de Belzebú según decían de Él, despreciado, perdido…-total- un fracaso aparente. Éste tal es el Mesías, un crucificado por blasfemia.
Paradójicamente, en ese fracaso se halla un sabio, la sabiduría de las sabidurías. Un sabio que solo sabe Amar y Obedecer. Una sabiduría escandalosa, una sabiduría de cruz a contracorriente y contracultura. Una sabiduría que toca, que abraza, que besa, que transmite vida al muerto, cura al ciego y al enfermo, perdona a la prostituta, sacia al hambriento y hasta promete el cielo al ladrón arrepentido <<hoy mismo estarás conmigo en el paraíso>>.
Jesús llegando a los treinta años, comienza su vida pública. Sale de su ocultamiento y lo primero que hace es caminar hacia el Jordán para recibir el bautismo de Juan. Nuestro Dios comienza su contacto público inmerso en las aguas de Jordán que trasparentan la sed de todas las personas, de entonces y de ahora. Es Dios quien nos busca. La voz que clama, “éste es, escuchadlo” le reafirma su misión. Lejos de la mentalidad obtenida hasta ahora, Jesús el Señor, nos muestra quien es verdaderamente Dios. De una forma u otra, en su propia persona, su ser y su obrar nos dirá quién es ese Abbá que tantas veces deformamos haciendo nuestros propios ídolos.
Nos trae una Buena Nueva, es una llamada a un nuevo comienzo. Su Padre (Abbá) no es ese dios vengativo (que castiga al malo y apremia al bueno), ni tampoco ese dios violento que se deja vencer por la ira, su Abbá no es aquel que está pendiente a ver qué haces (con una vara mágica) para castigar, y muy lejos ese Dios que inspira miedo y terror, un impositor, guerrero y justiciero. ¿Pero qué dices Jesús?
El Dios del que nos da a conocer Jesús, el Señor, es un Dios enamorado, un Dios loco por la humanidad. Un Dios que ama sin reservas a un pueblo sabiendo que esté le será infiel una y otra vez, sabiendo que le cambiará por un ídolo de madera, por un dios del “tener” a base de cualquier precio como en la sociedad presente. Un Dios que es tanto y tal su locura que se deja crucificar, morir como un malhechor en las manos de la humanidad. ¿El sobrehumano? Sí, y no fueron los demonios los que le crucificaron, más ellos lo conocieron como el Salvador, fue la humanidad y, aun hoy como si fuera poco, tú y yo lo seguimos crucificando en la persona del hermano porque todas las personas llevan en sí una imagen divina << a imagen suya nos creó hombre y mujer>>. ¿Qué quiere decirnos esto? Si la persona de hoy, si tú y yo no nos convertimos por sentirnos amados gratuitamente, sin méritos propios, ni sacrificios <<no quiero ofrendas ni sacrificios sino misericordia>> no nos convertiremos ni por nada ni por nadie.
- B) EL HOMBRE Y LA MUJER QUE ASCIENDEN
Es un camino totalmente opuesto el que recorre toda la humanidad. Lo terrenal a su vez tiende a ensalzarse, añora, se mata buscando la fama. Lo humano es tender a engrandecerse, a dominar. Por su ambición, el hombre, tú y yo, no entramos fácilmente en esa lógica “ilógica” de Dios. El afán de querer, tener, poseer, ser…nos pone cadenas tan pesadas que difícilmente nos libramos de ellas. Cadenas de preocupación (no acabamos de vivir el hoy, y estamos preocupados por el mañana), estrés (por encontrarnos incapaces, tan débiles ante la realidad propia), tristeza (por vernos fracasando en nuestros proyectos de perfeccionismo). Ante tales y otras situaciones a veces el hombre actúa injustamente con tal de no encontrarse con su nada, con su vacío. Nos vemos sometidos al egoísmo, al individualismo, al consumismo ansioso que nunca se sacia, actitudes que rompen y empobrecen familias, relaciones entre nosotros e incluso nuestra relación con Dios, que es lo peor.
La persona humana tiente a tirarse a lo grande, a lo que sobresale, y como telón de fondo una vida facilón, simple, mediocre, sin esfuerzo, provechosa. La lógica de la cruz es escandalosa para muchos. Enseguida nos resulta imposible asumir nuestra nada y vacío, aceptar lo necesitado que todos somos como personas. Nos resulta horrible asumir nuestras crisis (es que se nos olvida que no somos eternos ni somos ángeles). La enfermedad a menudo la vemos como derrota. Nos cuesta aceptar y poner nombre a aquello que nos pasa y que nos exige un cambio de mentalidad y una toma de conciencia de nuestras irresponsabilidades, tanto personales como comunes. Esto nos vuelve egoístas, a mirarnos solo a nosotros como si fuéramos los únicos que padecen, que pasan tales necesidades, esto nos esclaviza. Es que esto es lo mortal, es lo humano, es lo terrenal, es lo nuestro, encontrarnos limitados.
¿Por qué llegamos a tales extremos? En el fondo, yo creo que nos hemos olvidado de quienes somos. Nos pensamos eternos, dioses y en parte lo creemos. Como cristianos y creyentes, se nos ha olvidado que seguimos y miramos a un crucificado. Que Jesús, Rostro auténtico del Dios Vivo antes de la gloria pasó por la cruz. Éste es nuestro Dios, el Dios que todo lo puede y todo lo hace. Una paradoja ilógica para algunos pero lógica para muchos y tantos cristianos. Ése Dios que no vino a acabar con las diferencias sociales, ni familiares y menos de religiones. Ése Dios que no impone su forma de ser, sino que “Ama” desde lo humilde, ese Dios cercano, que acoge en la persona de Jesús, el Señor, que aprende sufriendo a obedecer, esto es, escuchando. Un Dios, en Jesús, que se mezcla con lo impuro para hacerlo puro, que cura al marginado acercándolo y tocándolo para volverlo al grupo, a sus hermanos. Éste es mi Dios y el Dios de todo creyente. Ahora tú y yo conocedores de esto nos toca seguir día tras día haciendo posible el Reino que él nos dejó en esta tierra. Una levadura pequeña puede fermentar mucha masa y la más pequeña semilla puede convertirse en el árbol más grande. ¡Que Dios nos ilumine a todas las personas de buena voluntad para realizar su misión aquí y ahora!
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