Fratelli Tutti – Capitulo octavo
Las religiones tienen que tener como objetivo, “la construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad” (n.271).
La libertad religiosa es importante en una sociedad basada en la fraternidad (n.272); “Ustedes saben bien a qué atrocidades puede conducir la privación de la libertad de conciencia y de la libertad religiosa” (n.274). El papa denuncia algunas causas que mueven la globalización, “abe reconocer que «entre las causas más importantes de la crisis del mundo moderno están una conciencia humana anestesiada y un alejamiento de los valores religiosos, además del predominio del individualismo y de las filosofías materialistas” (n.275). Ningún ministro y líder religioso puede renunciar a la política como bien común (n. 276). La propuesta evangélica nos lleva a ser una comunidad abierta, reconociendo todo lo bueno y santo en las otras religiones (n.277). “El poder del Resucitado, quiere parir un mundo nuevo, donde todos seamos hermanos, donde haya lugar para cada descartado de nuestras sociedades, donde resplandezcan la justicia y la paz.” (n.278).
La encíclica tiene esta convicción, que “entre las religiones es posible un camino de paz.” (n.281). Un aspecto central es que, “«los creyentes necesitamos encontrar espacios para conversar y para actuar juntos por el bien común y la promoción de los más pobres.” (n.282). El amor es el principio de toda religión, por eso, “las convicciones religiosas sobre el sentido sagrado de la vida humana nos permiten «reconocer los valores fundamentales de nuestra humanidad común” (n.283).
El fundamentalismo, sea cristiano o de otra religión, trae violencia y represión (n.284).
El papa finaliza recordando la declaración que hicieron con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, que dice, “«declaramos — firmemente— que las religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de sangre…
En el nombre de los pobres, de los desdichados, de los necesitados y de los marginados que Dios ha ordenado socorrer como un deber requerido a todos los hombres y en modo particular a cada hombre acaudalado y acomodado…
En el nombre de los huérfanos, de las viudas, de los refugiados y de los exiliados de sus casas y de sus pueblos; de todas las víctimas de las guerras, las persecuciones y las injusticias…
En nombre de la fraternidad humana que abraza a todos los hombres, los une y los hace iguales.
En el nombre de esta fraternidad golpeada por las políticas de integrismo y división y por los sistemas de ganancia insaciable y las tendencias ideológicas odiosas, que manipulan las acciones y los destinos de los hombres.
En el nombre de la libertad, que Dios ha dado a todos los seres humanos, creándolos libres y distinguiéndolos con ella.
En el nombre de la justicia y de la misericordia, fundamentos de la prosperidad y quicios de la fe.
En el nombre de todas las personas de buena voluntad, presentes en cada rincón de la tierra” (285).
El papa Francisco, vuelve a recordar de donde surge sus motivaciones de esta encíclica, “en este espacio de reflexión sobre la fraternidad universal, me sentí motivado especialmente por san Francisco de Asís, y también por otros hermanos que no son católicos: Martin Luther King, Desmond Tutu, el Mahatma Mohandas Gandhi y muchos más… Carlos de Foucauld” (n.286).
René Arturo Flores, OFM
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