El Poverello de Asís es un santo extremadamente popular que impresiona también a personas alejadas de la Iglesia. Su espiritualidad, hecha de maravilla y alabanza, de iluminación ante Dios y la belleza de su creación, le habla todavía a numerosos contemporáneos. Hablamos al respecto con el autor de un ensayo reciente publicado en Francia.
Aunque vivió hace ochocientos años, su pensamiento no envejeció. San Francisco de Asís continúa atrayendo e interpelando.
Creo que lo que atrae a nuestros contemporáneos es ese modelo de radicalismo que hoy parece inaccesible, confiesa a Aleteia, Michel Sauquet, autor del libro Émerveillement et minorité, the spiritualité franciscaine pour aujourd’hui [ Asombro y minoridad, la espiritualidad franciscana para hoy , Ed . Tallandier]. Nuestra fascinación con este hombre puede estar relacionada con la insatisfacción con la sociedad de consumo impulsada por el capitalismo en la que vivimos.
Para profundizar en este tema hemos hablado con el autor del libro.
Jules Germain (Aleteia): Usted comienza su libro observando que San Francisco de Asís «tiene mucho rating entre los creyentes y no creyentes de hoy». ¿Cómo lo explica?
Michel Sauquet: efectivamente, San Francisco tiene un muy buen rating. Lo que no significa que los franciscanos también lo tengan. Se concentra en la imagen que uno tiene de un hombre, a menudo distorsionada, falsa o incompleta. Consideramos una serie de actitudes muy radicales que el hombre tenía con respecto al dinero, a la fe y al otro. La imagen generalizada de San Francisco es la de un alegre juglar que le habla a los pájaros y canta en el campo de Umbría. Es una imagen muy parcial, comparada con el camino de Francisco, ciertamente alegre pero también lleno de sufrimiento, cuya fe no fue alterada por el dolor.
JG: ¿Qué opina de la importancia del Francisco-fundador, habitualmente escuchada? ¿Identifica un riesgo de idolatría? Si Francisco muestra a Cristo, ¿no hay riesgo de que terminemos mirando solo a Francisco?
M.S.: Existe el riesgo de idolatría, sí. La insistencia en el carácter de Francisco a veces oculta a todos los que lo siguieron y completaron su trabajo espiritual. Además, si sus palabras y su trayecto de vida constituyen una herencia precisa para nosotros, no debemos olvidar que es una historia de 800 años, desarrollada en un contexto diferente al nuestro. No debemos olvidar todos los que lo han sucedido en estos ocho siglos. Pero creo que lo que atrae a nuestros contemporáneos es el modelo de radicalismo, que hoy parece inaccesible. Nuestra fascinación por este hombre puede tocar nuestra insatisfacción en la sociedad de consumo impulsada por el capital.
J.G.: ¿Podemos considerar a Francesco un «rebelde»?
M.S.: Era un rebelde, pero un rebelde de interioridad. Tenía el coraje de la dulzura en oposición al supuesto coraje de la agresión. Quería que nos quedáramos en la Iglesia, con gran respeto por el Papa, los sacerdotes, fueran cuales fueran sus defectos, porque son los únicos autorizados, dijo, para consagrar el pan y el vino. Esto puede inspirar hoy a todos aquellos que se preguntan si deberían abandonar la Iglesia en el contexto de la crisis que está atravesando. En la época de Francisco, los problemas que afectaban a la Iglesia eran mucho peores que los de hoy, su opción era creer en la Iglesia y continuar estando dentro de ella.

J.G.: La primera vocación de Francisco es «reparar la Iglesia». Pero para repararla es preciso también que se la custodie.
M.S.: ¡Es muy actual! Es interesante ver cómo podemos inspirarnos en el mundo en el que San Francisco buscó reparar la Iglesia a través de la fraternidad, la humildad, la minoridad, con su manera de convertirse en el último y servidor de todos, a imagen del mismo Cristo. Se había impuesto el imperativo de nunca juzgar a los demás. San Francisco, en su Regla, ordena a sus frailes que se vistan muy modestamente, pero les prohibió juzgar a aquellos que lo hicieron de manera diferente y mostraron gran pompa. Siempre tenemos la tendencia a mantener el viento a favor, a mirar desde arriba hacia abajo, a escandalizarnos por ciertos comportamientos de otros. No olvidemos el cuidado de nuestra propia dignidad. Reparar la Iglesia es también vivir una cierta pobreza en el sentido franciscano. Y es una pobreza que no solo es material: ¿Soy capaz de deshacerme de una parte de mis bienes, pero también de privarme de mi estatus social, de la forma de poder que ejerzo sobre los demás? Francisco, por su parte, pudo hacerlo. Pienso en particular en el momento en que decidió abandonar la dirección de la Orden que fundó en beneficio de otro fraile.
J.G.: Ud escribe que la verdadera especificidad de Francisco no es realmente «haber descubierto el evangelio de la pobreza, sino ser un poeta que se maravilla». ¿Puede explicar mejor a qué se refiere?
M.S.: Básicamente se trata de su capacidad para maravillarse del amor infinito del Padre, ante la Creación. Tome el Cántico del Hermano Sol: lo escribió cuando estaba muy enfermo, poco antes de su muerte. Se maravilla de un sol que ya ni siquiera ve (estaba casi ciego) y también nuestra «hermana, nuestra muerte corporal». Es capaz de maravillarse, en lo más profundo de su sufrimiento, porque está seguro del amor de Dios. El tema de la luz es permanente en Francisco, como en todos los franciscanos. También Éloi Leclerc, franciscano y autor de Sagesse d’un pauvre , nunca ha dejado de plasmar en todo su trabajo, el sufrimiento por la experiencia vivida en los Lager Nazis. Francisco también se maravilla de sus frailes: admira las cualidades de cada uno y es consciente de que la otredad es un valor.
J.G.: Ud escribe que la espiritualidad franciscana tiene una dimensión profundamente trinitaria. La Trinidad realmente alimenta a Francisco y a los franciscanos. ¿Qué es importante para ellos?
M.S.: Me llevó mucho tiempo entenderlo, comprender la trinidad como un movimiento de amor y comunicación: el amor del Padre por el Hijo y el Espíritu que transmite este amor a los hombres. Esto fascinó a Francisco: el amor del Padre por Cristo, que se da con total humildad, especialmente en la Eucaristía, es incondicional. La Trinidad es un misterio, y la belleza de un misterio es que uno nunca deja de explorarlo. También es la idea de una generosidad ilimitada: Dios no ha estado esperando que existamos, pero nunca ha estado solo: Èl es la Trinidad, fundamentalmente, porque y en tanto es Amor. Después de todo, son sinónimos.
Via Aleteia. Traducido para pazybien.es por Marta Furlan
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Maravillosa la profundización de la espiritualidad de San Francisco, su intimidad con la Creación. Desde Argentina, hoy 4 de Octubre, me uno en oración y alabanza franciscana con todos los hermanos.