Nacido el 24 de marzo de 1938 en Italia, Monseñor Vittorino Girardi llegó a Costa Rica a sus 55 años, siendo ya sacerdote misionero comboniano. Desde entonces no ha descansado en el anuncio fervoroso del amor de Dios a lo largo y ancho del territorio nacional (y fuera del mismo).
El siguiente relato es un claro ejemplo de ello. Fue él mismo quien me lo contó con la autorización de compartirlo con todos ustedes. Es un claro ejemplo de Iglesia en salida.
Con motivo del 101 Aniversario de la paz entre Costa Rica y Panamá, Monseñor Vittorino Girardi fue invitado a la Zona Sur de Costa Rica para participar en una serie de eventos. Por cuestiones de tiempo y de salud, el viaje debía darse en avioneta desde la capital, San José, hasta Golfito, lugar donde se encontraría con sus anfitriones. Sin embargo, al llegar al aeropuerto le informaron que estaban suspendidos los vuelos a ese lugar y allí comenzó la aventura.
Monseñor aceptó viajar a Puerto Jiménez, ubicado exactamente al otro lado del Golfo Dulce. Allí tendría que resolver su traslado en bote hasta su lugar de destino. A unas semanas de cumplir 84 años, monseñor se fue solo para una de las regiones más lindas de todo el país, en donde se encuentra el Parque Nacional Corcovado, bosque tropical lluvioso que alberga el 2,5% de la biodiversidad del mundo.
El clima allí la temperatura ronda los 30° C y la humedad el 70%. El obispo emérito iba vestido de negro y con saco. Al llegar, se encontró con la sorpresa de que no había lanchas, por lo que tuvo que esperar hasta que llegara alguna. “En eso apareció un joven que cobraba $5 dólares por pasar al otro lado. Por suerte, pude ayudarle de traductor con una pareja estadounidense que fue también con nosotros. Estaban asombrados de ver un obispo ahí… y con saco”, comentó con cierto humor el misionero, consciente de que era una escena poco común. “En la lancha, sentía el viento y el agua en la cara. Era salada. Recé tanto, creo más por miedo que por devoción”.
A su edad, viajar 30 minutos en un asiento sin respaldar resulta pesado para la columna. Pero ahí iba Monseñor Vittorino, confiado en Dios que llegaría a su destino y maravillado por la belleza del lugar. De ahí que, aunque regresó incluso con algunos golpes en las piernas, venía “descansado psicológicamente”.
Una vez que logró encontrarse con sus anfitriones en Golfito, inició una seguidilla de actividades que no voy a detallar para no hacer el relato tan largo, pero solamente un corazón rebosante de amor a Dios puede llevar a cabo las siguientes actividades: oración y entrevistas en la radio, misa de inauguración del año lectivo, visita y bendición de una empresa, un matrimonio y una congregación religiosa.
Todo ello con traslados de un lugar a otro en auto o a pie. Conmovido con la acogida de las personas concluyó: “Al final no nos queda más que Dios (…) Era hambre Dios; créemelo, hija”.
El lunes por la tarde regresó a San José, donde esperó su transporte en el aeropuerto por media hora, pero llegó a tiempo a su casa para dirigir la oración de vísperas, según le correspondía.
Al día siguiente debía dar curso de Filosofía Tomista y atender a un sacerdote. “En la noche, la naturaleza se vengó: No podía dormir del dolor de piernas”, contó humildemente.
El miércoles, sin embargo, Monseñor manejó entre 4 y 5 horas para ir hasta Tilarán, su diócesis amada de donde es obispo emérito. Allí estuvo colaborando en actividades hasta el viernes, pues debía dar clases de sacramentos por la tarde en San José. La semana del obispo misionero concluyó el fin de semana predicando los ejercicios espirituales a los jóvenes del seminario introductorio. “Confesé a un montón. Había una gran vitalidad”, comentó muy contento. Y terminó su relato afirmando: “¡Es bello ser sacerdote!”
Fotos de José Antonio Valverde Jiménez
Sobre el autor de esta entrada:

Ariana Díaz Acuña
Teóloga y misionera costarricense.
Ariana es Coordinadora del Capítulo Nacional del Movimiento Laudato si’ en su país y representante de Mesoamérica y El Caribe en el Consejo Continental del mismo Movimiento. Además, es co-líder de la Red de Educación Superior LISTEN Network y miembro de la red de comunicadores católicos Signis Costa Rica. Desde 2019 forma parte de la Red Eclesial Ecológica Mesoamericana (REMAM).
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